lunes, 10 de marzo de 2014

El procesamiento del alimento (IV): egestión

Egestión

Lo primero, feliz año y disculpas a mis lectores por estar desaparecido todo este tiempo. He estado a otras cosas y me han faltado tiempo y ganas para seguir escribiendo en este blog. Pero aquí estoy de nuevo, voy a intentar seguir con él, de momento terminando el apartado del procesamiento del alimento, y a ver si recupero la práctica del insecto del mes.

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La última parte del procesamiento del alimento es la egestión. Esta consiste en eliminar los residuos de la digestión, transformados en heces fecales. Es más conocida en vertebrados (donde ocurre en el intestino grueso) que en invertebrados. Dentro de la egestión en vertebrados, se distinguen dos formas: defecación y regurgitación.

La defecación ocurre en la gran mayoría de los vertebrados, y consiste en simplemente expulsar las heces al exterior mediante la cloaca (ensanchamiento del intestino donde además de este terminan los conductos excretores y reproductores) en aves, reptiles y anfibios, o el ano en mamíferos, un orificio que se encuentra al final del intestino grueso. 

Los animales que expulsan las heces mediante regurgitación (de una bola) son algunos grupos de aves. Esta se realiza a través de la boca, y lo que regurgitan es una bola llamada egaprópila. Las aves rapaces, por ejemplo, tienen este tipo de egestión, aunque también realizan la defecación.

El contenido de las heces o excrementos consiste en los nutrientes que el intestino delgado no ha podido absorber en el proceso de absorción, llamadas fibras, más todos los componentes que el alimento contiene y que no pueden atravesar el epitelio intestinal (ciertos microorganismos, por ejemplos) o sencillamente no son útiles para el organismo. Además, puede contener restos de sangre, grasas o células epiteliales intestinales que se han desprendido en el proceso de absorción. Por supuesto, la composición de las heces es muy diferente dependiendo de la especie de la que provenga. Por ejemplo, casi todos los alimentos que decimos que tienen mucha fibra, en realidad lo que tienen es un alto contenido en celulosa, polisacárido que forma las paredes de las células vegetales, y es indigerible para el ser humano, por lo que las heces humanas a menudo son ricas en celulosa; sin embargo, los rumiantes viven en simbiosis con bacterias que viven en su intestino y son capaces de degradar la celulosa, por lo que no habrá celulosa en las heces de rumiantes como vacas, cabras... En todos los grupos de vertebrados pasa algo parecido. De hecho, una de las formas de conocer los hábitos alimenticios de un ave que realiza la regurgitación es analizar su egaprópila.

Las egaprópilas, por su forma, nos indican de qué ave proceden y, por su
contenido, podemos tratar de deducir qué comieron

¿La "mierda" o el "meado"?

Les propongo un problema bastante asqueroso. Imaginen que están en una situación tan extrema, que solo hay dos formas de ver un día más: o comerse vuestras propias heces, o beberse vuestra propia orina. Ambas opciones son repugnantes pero, desde el punto de vista de la salud, ¿cuál es preferible?

Analicemos teóricamente la situación. Sabemos que las heces llevan celulosa y otros restos indigeribles, y pueden llevar otros componentes como células muertas, grasas, sangre, bilis, etc. La orina, en cambio, lleva, además de mucha agua, restos nitrogenados que, al ser tóxicos para el organismo, los ha expulsado. Lo que ha expulsado porque es malo para él (desechos nitrogenados), frente a lo que simplemente no ha absorbido (celulosa y restos), o se ha desprendido (sangre, epitelio). De esta forma, desde el punto de vista teórico, podría ser perfectamente sano comerse las propias heces.

Sin embargo, en la práctica, se sabe que las heces son un medio de transmisión de numerosas infecciones, para contagiarte de las cuales no necesitas ingerir las heces, ni mucho menos: se han dado casos en los que hombres han enfermado después de tener sexo anal, debido a una infección contraída en el acto. Más conocidas son las enfermedades transmitidas por las heces de los roedores: leptopirosis, teníais, triquinosis... Así, la afirmación que cerró el párrafo anterior, dificilmente puede ser cierta en la realidad.

Dicho todo esto, no sé si es posible decantarse por una de las dos opciones, lo único que sé es que ¡espero no verme nunca en dicha situación!



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